Esta semana he empezado un reto de 30 días de estoicismo. En el mismo, cada día hay que realizar un ejercicio concreto, inspirado en acciones y actitudes que los antiguos estoicos realizaban. Justo el de ayer trataba sobre sentirse agradecido. Si te interesa el resto, en mis stories de Instagram puedes ir viendo lo que hago cada día.

He escrito anteriormente sobre la importancia de parar durante un momento cada mañana y reflexionar sobre las cosas que agradeces en tu vida. En un post breve, te explicaré cómo funciona el “5-minute journal”, un ejercicio gracias al cual señalas 3 cosas cada día que te provocan gratitud. Cosas relacionadas con el trabajo o con tu vida personal. Tony Robbins, por ejemplo, sugiere añadir algo simple o que esté al alcance de tu vista. Un día soleado. El té que te estás tomando en ese momento.

Estar agradecido por lo bueno

Es realmente fácil estar agradecido por las cosas buenas. Que tu carrera laboral haya ido bien. Tener salud. Una casa. Ojo, no digo que no sea importante. Muchas veces vamos por la vida sin darnos cuenta lo afortunados que somos. Es importante recordarnos cada día que nuestra situación es buena. O que, como poco, podría ser mucho peor. Podrías haber perdido un ser querido. Podrías estar postrado en una cama en un hospital. Si no es el caso, no lo des por sentado. Agradece tu situación.

Pero lo que de verdad te cambia es agradecer las cosas malas también. ¿Cómo voy a agradecer una lesión? ¿Tiene algo de bueno un cáncer, te preguntarás? ¿Esperas que me alegre por un despido? Pues sí. Si quieres llegar a un nivel superior tienes que empezar a ver las cosas malas como algo positivo y estar agradecido por ellas. Como un momento de pausa, reflexión y mejora.

Estar agradecido por lo malo también

Hay una historia de Jocko Willink, ex-Navy Seal y prestigioso escritor y podcaster, que me gusta mucho.

Jocko Willink

Uno de sus subordinados se le acerca y le dice: “Jefe, tenemos este problema”. Jocko le mira y le dice: “BIEN”. Un día, un poco harto, el subordinado le dice “nos está pasando esto, pero ya sé lo que me vas a decir”. “¿Qué te voy a decir?”, le responde Jocko. “Vas a decir BIEN. Eso es lo que siempre dices. Cuando tenemos un problema, me miras y dices “BIEN”. Jocko, le mira y dice: “Pues sí. Cuando las cosas van mal, va a haber alguno bueno que extraer de ello. No te han promocionado. BIEN. Más tiempo para ser mejor. Nos han cancelado la misión. BIEN. Nos podemos centrar en otra. Te has lesionado. Te han vencido. BIEN. Has aprendido. Problemas inesperados. BIEN. Tenemos la oportunidad de encontrar una solución. Si puedes todavía decir la palabra BIEN, ¿sabes qué?, significa que sigues vivo. Que sigues respirando. Y si sigues respirando, todavía tienes fuego dentro de ti. Así que levántate. Quítate el polvo. Recárgate. Recalibra. Enchúfate y sal al ataque”.

Y todo esto lo digo porque en mi caso, me ha costado a veces reconocer todo lo bueno que han hecho mis padres por mí por creer que las cosas malas que ha habido hacían que lo bueno lo diese por sentado.

Culpar elegantemente

Tony Robbins, en el documental “No soy tu Gurú” dice: “Si vas a culpar a alguien por todo la mierda en tu vida, mejor que también les culpes por todo lo bueno. Si les vas a dar el mérito de todo lo que está jodido, entonces tienes que darles el mérito por todo lo que está genial. No digo que dejes de culpar. Digo que culpes elegantemente. Culpa inteligentemente. Culpa efectivamente. Culpa desde tu alma, no desde tu cabeza. Porque la vida no es tan simple, no es blanco y negro.»

Continúa contando su historia personal. «Mi madre me daba unas palizas enormes. Ella me amaba. Estaba muy asustada de que me fuese a ir de casa. Yo era su fuente de todo. La culpo por toda la belleza en mi vida. De tener la mujer que tengo en mi vida. Porque aprecio a mi mujer ya que sé lo que lo opuesto es. La culpo por mi capacidad de sentir y de que me importen los demás. La culpo de mi hambre insaciable para eliminar el sufrimiento de cualquier persona a la que pueda ayudar. Porque he sufrido mucho. Si ella hubiese sido la madre que yo hubiese querido, yo no sería el hombre que estoy orgulloso de ser.”

Por si lo estabas pensando, ¡no, mi madre no me daba palizas a mí!

Reconocer

Uniendo esta historia con mi vida, solo cuando vi este documental de Tony empecé a darme cuenta que tenía que estar agradecido por todo lo que me había sucedido. Lo bueno, por supuesto.

Agradecido

Lo podía dar por sentado antes, pero hoy en día estoy enormemente agradecido. He recibido una buena educación. Se me inculcó la pasión por leer, sin la cual no me habría desarrollado todo lo que me he desarrollado. Se me ha dado libertad para equivocarme, con escasos castigos. Para aprender mi camino. Y te puedo asegurar que me he caído miles de veces. Que he espabilado a base de hostias. Suspensos, accidentes, desamores, hasta una noche en el calabozo. Y siempre la respuesta fue amor incondicional y apoyo.

¡Gracias también por enseñarme lo que es el esfuerzo y el sacrificio desde una edad temprana! Empecé a trabajar con 18 años, para pagarme mis caprichos. Y mis padres me buscaron el mejor trabajo posible. Levantarme a las 5 de la mañana para coger un tren a las 6 y estar trabajando desde las 7 en una fábrica fue la mejor cura de humildad y enseñanza que un adolescente puede recibir. Aprender a no dar nada por sentado.

Estoy agradecido también por todo el dinero “invertido” en mí. Desde pagar algunos de mis viajes cuando el dinero que ganaba con mis trabajos mientras estaba en la universidad no me alcanzaba (viajaba demasiado…), hasta “prestarme” los primeros 10.000€ gracias a los cuales pude irme a vivir a Barcelona, ser socio de mi primera empresa y poder venderla luego. Siempre que he necesitado apoyo económico, he sabido que iban a estar ahí. Y están.

Agradeciendo lo malo en mi vida

Decía que es bueno agradecer las cosas positivas. Pero lo realmente importante, cuando se produjo un cambio en mi vida, fue cuando me di cuenta que todo lo malo era para estar doblemente agradecido.

A mi madre

Si no hubiese tenido esos incidentes con mi madre, no sería la persona que soy hoy. No tendría la compasión que tengo. Ni las ganas de ayudar a la gente a que supere sus traumas. No me conmovería cualquier escena de sufrimiento ni intentaría ayudar en la medida de lo posible a quien me lo pide. Ni sería capaz de empatizar con las personas a las que ayudo, a través del coaching, a cambiar sus vidas.

A mi padre

Mi padre siempre ha sido un poco maniático y perfeccionista. Si no me hubiese pegado eso, seguramente habría sufrido menos cuando las cosas no eran perfectas. Habría actuado más porque me habría paralizado menos la sensación de que algo que no estaba perfecto todavía no se podía lanzar o no se podía enseñar. Pero también habría dejado de aprender mucho antes. Me habría conformado más. No habría buscado llegar al límite y luego superarlo.

También me hizo sufrir mucho cuando le pregunté si era feliz y me respondió con una evasiva. No podía entender cómo alguien no era feliz, con todo lo que teníamos. Me producía tristeza y hasta llegué a pensar que no era feliz por mi culpa (las mentes de los niños son terribles…). Pero eso me ha servido para obsesionarme, literalmente, con buscar la felicidad. Entender cómo funciona y cómo son las personas felices. A qué se dedican. Averiguar cómo encontrar tu pasión. Estoy agradecido porque sin ese incidente, no habría emprendido ningún proyecto. No habría rechazado la comodidad de un buen sueldo y tener una empresa por la persecución de algo que, de verdad, me inspirase y apasionase.

Solo agradeciendo puedes dejar de culpar. Y cuando dejas de culpar, todo cambia. En mi caso cambió cuando, en vez de buscar culpables, aprendí a reconocer y estar agradecido por todo lo que me ha sucedido en la vida, bueno y malo. Solo en ese momento, comprendí que todas las cosas por las que he pasado me han servido para ser la persona que soy.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *